EN LA INOCENTE MIRADA DE UN NIÑO
se enciende el misterio de las estrellas.
El asombro de esa mirada
interroga por la supuesta
proclamación de amor y paz;
bellas palabras que se deslizan por la lengua
y se columpian en los labios. Urge
una respuesta
ante el horror que se expande
como bombas de napalm,
destruyendo a su paso
la frágil luz de la inocencia.
Crecen campos de amargos silencios.
Legiones de pies descalzos y voces
selladas, perturban las pulcras
composiciones
- manteles bordados en blanco -
donde se exhiben, a menudo,
las baratijas que conforman
un mundo indiferente.
Ana
María JULIÁ
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