jueves, 16 de mayo de 2013

Ernest Hamwi y Arno Fornachau, los inventores del cono de Helado...


Quién inventó el cono de helado

Niños comiendo conos de helado
Aprovechando que el buen tiempo parece definitivamente haberse hecho sitio, esta tarde he tomado un cono de helado, un sencillo pero rico capricho. Y basta ese buen rato de galleta y chocolate helado para tener que rendir homenaje a continuación a sus creadores.

Corría el año 1904, cuando una feria en San Luis, Estados Unidos, combinó a las personas y los ingredientes necesarios para dar vida al cono de helado. Había aquel día de verano un hombre, un inmigrante sirio llamado Ernest Hamwi, vendiendo en su puesto de la feria gofres calientes. Debido al buen tiempo que hacía, según parece, la tarde no estaba siendo muy fructífera para su negocio, justo lo contrario de lo que le ocurría a Arno Fornachau en el puesto de al lado. Fornachau despachaba helado a una velocidad que le hacía sonreír mientras veía cómo se iba llegando su caja. Llenó tanto su caja que vacío sus existencias de platos.

Y, como comprenderán, uno no se va a llevar un helado en las manos, por lo que quedarse sin platos en el puesto suponía un gran problema y la pérdida de ventas y clientes. Pero entonces el sirio, Ernest, tuvo una brillante idea que ayudaría a su vecino de caseta y le haría a él ganar algo de dinero al menos para salvar la jornada. Enrolló formando un cono uno de los gofres que tenía en su puesto y se lo ofreció a Fornachau para que sirviera el helado dentro del aquel cono de gofre. Y así, amigos, los dos hombres ganaron dinero y crearon el cono de helado.

La idea fue todo un éxito y tardó poco en extenderse por todo Estados Unidos. Y hoy, más de un siglo después, sigue siendo un placer disfrutar de un cono de helado cuando hace un poco de calor. De hecho, actualmente, un tercio de todo el helado que se consume en Estados Unidos se hace en este formato.

Aunque hay una patente en Estados Unidos sobre el invento por parte de nuestro protagonista sirio, parece ser que ya existía una idea similar con anterioridad, en algún libro de cocina francés, y también hay otros vendedores de aquella feria que se arrogan el invento.


Fuente: The greatest stories never told, de Rich Beyer, Curistoria

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