Los piojos de Luis XIV
Luis XIV de Francia, el conocido como El Rey Sol, que también reinó en Navarra, todo sea dicho, era un hombre poco aficionado a la limpieza. Pero no era este un mal exclusivo del rey, sino que él era más bien el representante, el máximo representante incluso, de la forma en la que se vivía y se veían la cosas en los lejanos días del siglo XVII.
El rey de Francia se bañaba únicamente bajo receta, es decir, cuando el médico le aconsejaba que tal paso por el agua era saludable. Y es que en aquel tiempo no es que se pensara que el baño era una pérdida de tiempo y una inutilidad, sino que se tenía por algo contraproducente y perjudicial. Luis XIV se conformaba con asearse cada mañana la cara con un algodón impregnado en alcohol o incluso en saliva, como haría cualquier gato.
¿Y cuáles eran las consecuencias de la falta de higiene? Pues muchas, como es lógico, pero una de ellas era la aparición de pequeños bichitos como los piojos que además encontraban un paraíso cuando la moda obligaba a llevar unas enormes pelucas. Bajo esas enormes cabelleras falsas estaba la real, tapada y llena de estos insectos. De hecho, en aquel tiempo era común que estos hombres y mujeres de la alta sociedad llevaran una pequeña mano de marfil al final de un largo mango, que tenía como finalidad el rascarse la cabeza por debajo de la peluca, allá donde el piojo gobernaba la cabeza del rey de Francia.
Fuente: Mis anécdotas preferidas, de Carlos Fisas.
El rey de Francia se bañaba únicamente bajo receta, es decir, cuando el médico le aconsejaba que tal paso por el agua era saludable. Y es que en aquel tiempo no es que se pensara que el baño era una pérdida de tiempo y una inutilidad, sino que se tenía por algo contraproducente y perjudicial. Luis XIV se conformaba con asearse cada mañana la cara con un algodón impregnado en alcohol o incluso en saliva, como haría cualquier gato.
¿Y cuáles eran las consecuencias de la falta de higiene? Pues muchas, como es lógico, pero una de ellas era la aparición de pequeños bichitos como los piojos que además encontraban un paraíso cuando la moda obligaba a llevar unas enormes pelucas. Bajo esas enormes cabelleras falsas estaba la real, tapada y llena de estos insectos. De hecho, en aquel tiempo era común que estos hombres y mujeres de la alta sociedad llevaran una pequeña mano de marfil al final de un largo mango, que tenía como finalidad el rascarse la cabeza por debajo de la peluca, allá donde el piojo gobernaba la cabeza del rey de Francia.
Fuente: Mis anécdotas preferidas, de Carlos Fisas.
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