El mundo de Elena Desserich, de seis años, se reducía a su entorno familiar. Una terrible enfermedad limitó la escala de su percepción a las paredes de su casa y del hospital, pero como heroína de metro y medio no dejó de luchar para alcanzar los objetivos en los que creía. Con cinco años empezó a sentir los síntomas de su mortal enfermedad y al adquirir conciencia de su destino empezó a fabricar una lista de prioridades a cumplir antes del asumido desenlace. Nadar con delfines, hacer esquí acuático, conducir un coche… Un día, un deseo… solo 6 años.
Hasta ahí una historia brutal que marcaría la memoria de cualquier familia, pero que no exportaría al mundo la suficiente trascendencia. Elena decidió que su huella vital debería ser mayor. Con seis años se sentía responsable de su entorno y le aterraba la idea de su hermana pequeña jugando sola, y echándola constantemente en falta. Quería ser inmortal en su casa y desafiar al vacío que provocaría en unos meses.Elena urdió en secreto un plan. Para comunicarse con ellos desde el ‘más allá’ iría escondiendo ahora cartas y dibujos por toda la casa con mensajes de apoyo y cariño que sorprenderían a su familia en la rutina de su ausencia. Una ingenuidad con una carga emotiva que daría la vuelta al mundo.
Nueve meses escondiendo notas entre los viejos libros de la biblioteca, en esa mochila olvidada de su madre, en los infinitos rincones del cuarto de juegos… Elena murió en 2007 pero su familia disfrutó de su cariño inmortal unos cuantos años más…
“Estábamos moviendo unas cajas olvidadas y entre algunos de los libros se desprendió una pequeña nota [...] Cada vez que encuentro y leo uno de sus mensajes es como sentir un pequeño abrazo de mi pequeña..” Brooke Desserich, madre de Elena.
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